Sorpresas te da la vida... dice el canto.
En este momento se me vino a la mente Job. Todo iba bien en su vida. Contento. Familia. Finca. Animales. Ahh! !que bien!
De momento se le viene encima toda una pila de tragedias. Una tras la otra. Sin esperar a que se recupere de una para recibir la otra.
¿Porque? es la pregunta que enseguida viene a la mente. ¿Por que yo? le sigue.
Hay que estar bien agarrado del Señor. En los momentos inesperados, en los momentos de dolor, en los momentos fuertes... se puede tambalear hasta la fe.
Y uno puede decir que está preparado, que tiene su confianza puesta en el Señor...
"Ay mamacita linda," no es fácil.
Hoy mi oración se eleva ante nuestro Señor pidiendo por tantas personas que están sufriendo, por tantas personas que tienen que ver sufrir a sus seres queridos, por tantas personas que si pudieran, le quitaran el dolor y el sufrimiento a sus seres queridos.
Estamos en tiempo de Resurrección.
La esperanza de la Resurrección sea la que ilumine los días tan oscuros.
Saturday, May 16, 2015
Thursday, April 16, 2015
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO: El éxodo, experiencia fundamental de la vocación
26 DE ABRIL DE 2015 – IV DOMINGO DE PASCUA
Queridos hermanos y hermanas:
El cuarto Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace más de 50 años que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que, como dijo Jesús a sus discípulos, «el dueño de la mies… mande obreros a su mies» (Lc 10,2). Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero: además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos para la misión (cf. Lc 10,1-16). Efectivamente, si la Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios.
Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en esta 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia el Padre.
En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta «salida» no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto, la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6).
La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.
Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7). A esta forma de ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana, radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).
Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.
La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro con los demás (cf. Lc 1,39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros.
Vaticano, 29 de marzo de 2015
Domingo de Ramos
Francisco
Tuesday, April 14, 2015
Compartiendo la Vida y Vocacion
Queridos lectores de Desde USA, en esta
ocasión les comparto mi experiencia con mi familia en República Dominicana.
Después de casi tres años de estudios el Obispo de la Diócesis de San Pedro de
Macorís, Mons. Francisco Ozoria, admitió a mi papá a la ordenación diaconal, en
el contexto de los 18 años de la Diócesis y de la ordenación episcopal de dicho
Obispo.
Gracias a mis hermanas de Congregación,
pude estar presente en este momento tan importante en la vida de mi familia y
sobretodo de mi papá. Fue una experiencia maravillosa en la que pude ver la
gracia de Dios derramarse y debo decir que no deja de sorprenderme el misterio
de Dios cuando escoge personas a su servicio, cuando quiere, como quiere y a quien quiere.
Fue impresionante ver a aquellos cinco
hombres tenderse ante Dios y prometerle ser servidores en el pueblo de Dios.
Pero éste no es un compromiso sólo del diácono, sino que involucra a toda la
familia en esta dinámica de servicio y entrega.
Le doy gracias a Dios por la vocación
de mi papá y le pido a Dios y a ustedes que mantengan en sus oraciones a todas
las personas que entregan su vida al servicio de los demás. Estoy infinitamente
agradecida por haber estado presente en esta clara manifestación del amor de
Dios, que día a día no cesa de llamarnos a su encuentro. ¡Un abrazo fuerte y
feliz Pascua de Resurrección! Eridania
Saturday, April 11, 2015
Papa Francisco: el testimonio, clave para la formación en la Vida Consagrada
El Papa Francisco recibió con mucho gusto a los más de mil participantes en el Congreso internacional para formadores a la vida consagrada que se celebró en Roma a partir del 8 de abril sobre el tema “Vivir en Cristo según la forma de vida del Evangelio”.
En su audiencia del sábado de la Octava de Pascua, el Santo Padre agradeció ante todo al Cardenal Braz de Aviz – Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica – las palabras que le había dirigido en nombre de los presentes. El Obispo de Roma también agradeció al Secretario y demás colaboradores de este Dicasterio que prepararon el primer Congreso de este nivel que se celebra en la Iglesia, precisamente en el Año dedicado a la Vida.
Tras afirmar que deseaba celebrar este encuentro por lo que son y representan, en cuanto educadores y formadores, y porque detrás de cada uno se entrevén los jóvenes protagonistas de un presente vivido con pasión, así como de promotores de un futuro animado por la esperanza, el Papa Bergoglio dirigió a esos jóvenes un pensamiento afectuoso.
Y añadió que al verlos tan numerosos ¡no se diría que exista una crisis vocacional! Si bien destacó que, en realidad, hay una indudable disminución cuantitativa, lo que, en definitiva, hace aún más urgente la tarea de la formación. Una formación – dijo el Santo Padre – que plasme verdaderamente en el corazón de los jóvenes el corazón de Jesús, a fin de que tengan sus mismos sentimientos.
Francisco también les dijo que está convencido de que no hay crisis vocacional donde hay consagrados capaces de transmitir, con su propio testimonio, la belleza de la consagración. De ahí que haya reafirmado a los queridos formadores que están llamados a esto, que es su ministerio y misión. Porque no son sólo “maestros”, sino sobre todo, testigos del seguimiento de Cristoen su propio carisma. De donde deriva – añadió – la exigencia de estar siempre atentos a la propia formación personal, a partir de la amistad fuerte con el único Maestro”.
Una de las cualidades del formador – destacó el Pontífice – es la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia y llenos de ternura. Además explicó que la formación inicial es sólo el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida, mientras el joven debe ser formado en la libertad humilde e inteligente de dejarse educar por parte de Dios Padre cada día de su vida, independientemente de su edad, tanto en la misión como en la fraternidad; en la acción como en la contemplación.
El Papa Francisco agradeció a los formadores y a las formadoras su servicio humilde y discreto, en una misión en la que no se puede ahorrar tiempo ni energías. Les pidió que no se desanimen cuando los resultados no correspondan a sus expectativas y les dijo que si a veces tienen la sensación de que su trabajo no es suficientemente apreciado, debe saber que Jesús los sigue con amor, a la vez que cuentan con el agradecimiento de toda la Iglesia.
El Santo Padre se despidió deseándoles que vivan con alegría, y en la gratitud este ministerio, con la certeza de que no hay nada más bello en la vida que pertenecer para siempre y con todo el corazón a Dios, y dar la vida al servicio de los hermanos.
Y antes de bendecirlos de corazón, Francisco concluyó pidiéndoles, por favor, que recen por él.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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