Venía de regreso de mi caminata. Esperaba el cambio de luz. En los cables de electricidad había toda una colección de pájaros. Interesantísimo. En los cables no cabía ni un pájaro más. Sin embargo, llegaba otro pajarito, se metía en medio de los que ya estaban allí y todos los demás se movían para hacerle espacio. Se metía otro, todos se movían hacia la derecha. Venia el próximo y todos se movían. A uno le tocó simplemente cederle su espacio al que había llegado y se tuvo que ir a otro cable.
Cambiar el lugar y dejarle espacio a los nuevos es un poco lo que hacemos cuando llega alguien a la congregación, a la comunidad, al noviciado. Tenemos que abrir espacio y dejarlos acomodarse. A veces no nos resulta muy fácil. Pero qué bonito cuando nos vamos adaptando a la nueva realidad y le damos la bienvenida a la nueva oportunidad.
Salirse del espacio y moverse para dar lugar a otro. Ideas, retos, tareas, trabajos y reestructuración, y tantas otras cosas. A veces difíciles pero todas llenas de grandes promesas. Solamente nos toca confiar y movernos de ese lugar donde estábamos.
El día que el ángel
le dijo a María que daría a luz al Hijo de Dios, tuvo que mudarse de su lugar,
de su pensamiento, de su seguridad. Fue así que le dio espacio a nuestro
Salvador.
Ay Diosito mío.
Sé que a todas y a todos nos das la fuerza para saber ser fiel a lo que nos vas
presentando día por día.
