Thursday, July 9, 2015

Jose y el Caos

Hola,

Hoy estuve leyendo un poco sobre el caos. Sí, el caos, el desorden, o quizás la desorganización… no sé, algo que tiene un orden diferente al que uno quisiera estar acostumbrado.  Me recordó una clase que tuve que tomar como parte de las clases en LIMEX. La autora era Margaret Whitley. Su tema era el caos y la importancia de entender que en el caos hay un cierto orden al que no estamos acostumbrados. El caos tiene su razón de ser.
Por más bonito que pueda sonar, es difícil vivir el caos.
Aunque la vida no ha sido perfecta, me he acostumbrado que cosas suelen pasar de cierta manera. Por ejemplo, es normal que de vez en cuando me animo a mí misma y me pongo a planear el día, lo que debo hacer y cómo debo hacerlo. No termino de planearlo cuando ya se va a la ruina. Casi nada de lo planeado resulta ser. Esos son resultados a los que estoy bastante acostumbrada.
Hay momentos en que no es fácil. La vida te da un girón profundo. No se está preparado para ese girón. Y te preguntas, ¿Qué rayos pasó aquí?  "Esto no puede ser" es lo que dice la autora ante el caos que a veces se le presenta… .Yo agrego enseguida digo: "arréglalo", elimínalo de mi vida. Y hasta, ¿Qué hice yo para merecerme tal situación? O ¿Qué puedo hacer para quitarlo?
El caos.
En la vida de José, en el Antiguo Testamento, del caos vino el orden. Sus hermanos lo venden. El faraón le pide que organice todo para que cuando llegue la escasez de comida se pueda dar a la gente. Del desorden vino el gran orden. Y todos los pueblos pudieron comer gracias a la organización de José. Gracias a la confianza del faraon en Jose.
Lo más grande en todo este desorden fue la capacidad que tuvo José de entender lo que el Señor le estaba pidiendo en medio de toda la confusión. Estuvo abierto a hacer lo que el Señor le pedía. Y así fue. Encima, fue capaz de perdonar a sus hermanos y de recibirlos con brazos abiertos.
¿Qué me pide mi Dios en este momento de caos?
¿Confiar? ¿Entregarme? ¿Esperar contra toda esperanza?
Que el Senor nos ayude en medio de todo lo que vamos viviendo.

Wednesday, July 8, 2015

Confiar en el Señor


Hola,
Cuando escuché el Evangelio de hoy “nos dio el poder para curar enfermedades” me quedé un poco en el aire. ¿Por qué?
¿Puedo yo curar enfermedades? ¿Puedo yo confiar lo suficiente en el Señor como para decirle a la enfermedad, “En nombre de Cristo, deja a esta persona” “Queda limpia”? ¿Se cura el enfermo porque yo creo? ¿Porque él cree? ¿Porque creemos? ¿Depende la sanación de la persona de mi fe, de su fe, de nuestra fe? ¿Se sana porque creí lo suficiente como para dejarlo en mano del Señor  sabiendo que cuando lo vea justo y necesario lo curará?
En unos de los retiros que tuve en Filipinas, el sacerdote, comboniano, hablaba de esto. Se nos ha dado el poder de sanación. “Tenemos que creerlo”. Hoy lo he recordado. Al igual que aquel día en que lo escuché por primera vez, si la sanación de otra persona depende de mí, apaga la vela y vámonos.  
Si me ha llamado mucho la atención esta lectura, es por mi sobrino Carlos. Le encontraron un tumor en el cerebelo. Gracias a Dios lo pudieron extraer. El tratamiento ha sido fuerte. Las primeras semanas, él estuvo fuerte. Va decayendo su espíritu, lo cual es normal.
Desde el primer día en que me enteré de su enfermedad, le he pedido incesantemente al Señor que lo sane, que le quite esta enfermedad para que pueda continuar disfrutando de la vida.
Después de todo, me toca confiar, como los hermanos de José en la primera lectura, en que el Señor tiene un plan mucho más grande del que yo tengo en mi mente.

Me toca responder al llamado al igual que lo hicieron los primeros apóstoles en el Evangelio y los hermanos de José en la primera lectura. Eso es lo esencial. 

Saturday, May 16, 2015

La Vida te Da Sorpresas

Sorpresas te da la vida... dice el canto.

En este momento se me vino a la mente Job. Todo iba bien en su vida. Contento. Familia. Finca. Animales. Ahh! !que bien!

De momento se le viene encima toda una pila de tragedias. Una tras la otra. Sin esperar a que se recupere de una para recibir la otra.

¿Porque? es la pregunta que enseguida viene a la mente. ¿Por que yo? le sigue.

Hay que estar bien agarrado del Señor. En los momentos inesperados, en los momentos de dolor, en los momentos fuertes... se puede tambalear hasta la fe.

Y uno puede decir que está preparado, que tiene su confianza puesta en el Señor...
"Ay mamacita linda," no es fácil.

Hoy mi oración se eleva ante nuestro Señor pidiendo por tantas personas que están sufriendo, por tantas personas que tienen que ver sufrir a sus seres queridos, por tantas personas que si pudieran, le quitaran el dolor y el sufrimiento a sus seres queridos.

Estamos en tiempo de Resurrección.

La esperanza de la Resurrección sea la que ilumine los días tan oscuros.

Thursday, April 16, 2015

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO: El éxodo, experiencia fundamental de la vocación


26 DE ABRIL DE 2015 – IV DOMINGO DE PASCUA

Queridos hermanos y hermanas:
El cuarto Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace más de 50 años que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que, como dijo Jesús a sus discípulos, «el dueño de la mies… mande obreros a su mies» (Lc 10,2). Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero: además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos para la misión (cf. Lc 10,1-16). Efectivamente, si la Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios.
Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en esta 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia el Padre.
En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta «salida» no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto, la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6).
La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.
Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7). A esta forma de ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana, radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).
Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.
La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro con los demás (cf. Lc 1,39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros.
Vaticano, 29 de marzo de 2015
Domingo de Ramos
Francisco